sábado, 9 de abril de 2011

La ruta picassiana (IV): Henry Gidel

Tras el largo camino y fruto de la estancia en los Ports, pintaría Picasso un cuadro desaparecido, con el título de Idilio, representando “a una pareja de jóvenes pastores como perdidos en un inmenso paisaje montañoso, una especie de Edén para unos Adán y Eva modernos”.


Pablo permaneció en Orta, donde volvió después de sus andazas por la sierra, hasta febrero de 1899, residiendo en la masía de Pallarès, pintando y ayudando en lo posible a sus anfitriones “cargando paladas de estiércol, talando los olivos o empaquetando los higos secos”. Y observando todo, empapándose de la vida rural, viendo cómo su amigo Pallarès pintaba en el molino de aceite que su familia tenía en las afueras. O en la herrería de Orta, absorto contemplando cómo el fuego daba forma al hierro.

“Todo cuanto sé lo aprendí en el pueblo de Pallarès”, refiriéndose a lo que le aportó el contacto directo con la naturaleza. “Contacto también con las cosas, los materiales más corrientes –madera, clavos, cuerdas, cartón y papel-, todo lo que utilizaría más adelante, y con qué ingenio, en pintura y sobre todo en escultura”. Parece ser que un hecho, relatado por Norman Mailer, recogido de las biografías que sobre el artista escribieron John Richardson y Patrick O’Brian, marcaría para siempre la obra de Picasso, haciendo buena la frase con la que comienza este párrafo. Se trata de la mención a una autopsia que se lleva a cabo en Orta a una anciana y su nieta, muertas por el efecto de un rayo. “La autopsia se realizó en el cobertizo del enterrador con un farol por toda luz. En este escenario gótico el vigilante nocturno hizo un corte con su sierra desde la parte superior de la cabeza de la joven hasta el cuello para dejar el cerebro al descubierto”. Picasso se mareó y tuvo que salir del cobertizo. O’Brian llegó a la conclusión “de que una disección tan brutal, la separación de la cara en dos partes, tuvo un efecto tan profundo en Picasso que a lo largo de los años pintaría innumerables variaciones sobre el tema”.

Picasso vuelve, convertido en un joven moreno y sano, a la casa familiar de Barcelona, en la calle de la Merced número 3. Frecuenta Els Cuatre Gats, marcha a París, torna a Barcelona, y de nuevo a París, donde conoce a Fernande Olivier, su primera compañera. Con ella, once años después, en 1909, vuelve a Orta. Al parecer, y aún en plena primavera, llovía en París, “De pronto surgen en la memoria de Picasso los paisajes soleados de Horta de Sant Joan y el espectáculo del pueblo mismo, aplastado por el calor. Su imaginación le lleva incluso a oler los aromas embriagadores de la flora mediterránea… y el canto de las cigarras, y el azul cruel de un cielo sin nubes”. Hacen escala en Barcelona para visitar a los amigos y a la familia y, de nuevo, Manuel Pallarès prepara la estancia de la pareja en Horta, pidiéndole a su cuñado, alcalde del pueblo, que les buscara una estancia agradable. Y hacia allí se dirigieron el día 5 de junio.

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