viernes, 8 de abril de 2011

La ruta picassiana (III): Henry Gidel

En otra publicación (cuyo nombre ahora no recuerdo) leí que se trataba de un pastor de cabras que tenía por una parte de la zona de los Ports del Maestrat su área de trabajo, sus pastos.

“Entre él y Picasso se entabla primero una amistad ardiente, que sin duda llegó mucho más lejos. Los dos chicos sancionan su unión con un ritual que se remonta a la noche de los tiempos: el gitano, empuñando el cuchillo del que no se separa nunca, se hace un corte en la muñeca y pide a Pablo que haga lo mismo. Entonces mezclan su sangre en señal de eterna fidelidad. Pero el gitano, que comprende enseguida lo imposible de una relación profunda con un muchacho que no es de su raza, prefiera desaparecer. Una mañana, en la gruta, Pablo ya no lo encuentra a su lado… su lecho de hierbas y hojas está vacío. Se queda estupefacto. Su pena es muy grande. Regresa entonces a Horta con Pallarès”.


Gidel explica esta experiencia (por otro lado natural entre la juventud todavía no definida sexualmente), por el estado de exaltación del pintor, la naturaleza salvaje, ausencia de mujeres. Una experiencia que, según discurrió la vida de Picasso, no tuvo vocación duradera.

Sobre las semanas que vivieron en los Ports del Maestrat, dice Mailer: “Picasso recordaba que, como sólo los podía ver algún cazador furtivo perdido, se volvieron salvajes. Embadurnaban de pintura la cueva, se quitaron la ropa y se quedaron desnudos. Por la noche dormían en un enorme lecho de heno recién cortado; se lavaban bajo una cascada”.

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